Por Redacción | 6 de septiembre de 2025
La noche del sábado, el corazón de la Ciudad de México no sólo vibró al ritmo del rap: también latió con reclamos sociales, discursos de resistencia y una clara carga política. Con un lleno total estimado en 180 mil asistentes, Residente transformó el Zócalo capitalino en un escenario donde la música fue el vehículo para una jornada de memoria, crítica y afirmación latinoamericana.
Organizado por el Gobierno de la Ciudad de México, el evento se presentó como una muestra del “acceso a la cultura como derecho”, aunque no faltaron las lecturas que lo interpretaron también como un acto de posicionamiento político. La presencia destacada de la jefa de Gobierno, Clara Brugada Molina, y los guiños constantes al discurso de justicia social, no fueron detalles menores.
El ex Calle 13, conocido por su lírica afilada y activismo constante, repasó temas icónicos como *Baile de los pobres*, *Atrévete*, *René* y *Latinoamérica*, en un show que osciló entre lo festivo y lo combativo. “Todo mundo merece igualdad de oportunidades”, declaró ante un público entregado, reforzando una narrativa que, aunque legítima, también sirvió para alinear el espectáculo con la retórica institucional del actual gobierno.
Pero la noche no fue solo de Residente. La apertura corrió a cargo del colectivo *Mujer en Cypher*, una contundente declaración de principios feministas en forma de versos. Arianna Puello, Ximbo, Niña Dioz, Prania Esponda, Azuky y Mena llevaron al escenario rimas cargadas de protesta, sororidad y poder femenino. Lejos de ser teloneras, se apropiaron del espacio con un mensaje claro: el hip-hop también es territorio de mujeres.
Entre pancartas, banderas y camisetas, el público coreó cada letra, testimonio del impacto intergeneracional del artista puertorriqueño. La fiesta, sin embargo, no estuvo exenta de matices: la organización fue impecable, pero el uso reiterado de estos macroeventos como vitrinas políticas genera preguntas válidas sobre los límites entre cultura gratuita y promoción gubernamental.
El cierre fue apoteósico. Aplausos, luces y una sensación compartida de haber asistido a algo más que un concierto: una celebración identitaria, sí, pero también un recordatorio de que la cultura es, por definición, política.
¿Fiesta popular o plataforma electoral?
La línea es delgada y, aunque muchos asistentes simplemente disfrutaron de la música, el contexto obliga a mirar con atención: lo que pasa en el Zócalo no se queda en el Zócalo.