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«País del rebuzno»
Por Stephen Crane
CDMX, octubre 2025.- En la página 663 -de un total de 901- del libro de El Quijote de la Mancha, del genial Miguel de Cervantes -escrito en 1605, hace más de 400 años, que resume la esencia del ser humano: humor, amor, dolor y locura-, reflexiona, sardónico:
“… porque el que no sabe gobernarse a sí, ¿cómo sabrá gobernar a otros?”.
Y en la 667, en voz de Sancho Panza, ironiza -casi pitoniso de lo que ocurre en muchos países en el mundo, México en particular, caracterizado por una rabiosa polarización entre héroes, los pobres, y villanos, los ricos-:
“… yo he visto ir más de dos asnos a los gobiernos”.
Sólo faltó que Cervantes mencionara, desde su ingenio predictivo, a Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum y la caterva de políticos populistas de la llamada Cuarta Transformación.
Resulta imposible dejar de escribir con una mezcla de rabia y dolor sobre cómo AMLO echó abajo los frágiles pilares de la democracia mexicana, gracias al “pueblo bueno y sabio”. Y que costará décadas volverlos a levantar, una vez que Morena deje el poder.
Porque nada es para siempre. Ni bueno ni malo.
Somos como nación, desde el 1 de diciembre de 2018 -desde que Morena llegó al poder, a la fecha- el orgulloso país del rebuzno, gracias a poco más de 30 millones de “jumeniles” y “asninos” -como llama Cervantes a sus personajes- votantes mexicanos.
Ofrezco disculpas -parafraseando a López Obrador- a los borricos por la osada comparación.
Mas todas las críticas y epítetos a quienes han estado en la alcantarillada silla del águila, simbolizan una caricia con el pétalo de una rosa al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), caracterizada por una izquierda impostada, blandengue, aburguesada; como lo son todas.
Porque, quienes abrazan al demonio del socialismo, no son generadores de riqueza. Sólo empobrecen con ferocidad inaudita a los pueblos. Cuba y Venezuela son dos patéticos ejemplos. De Corea del Norte, mejor ni hablar.
Porque en el socialismo la dictadura del proletariado la impone la burguesía: el Buró Político del Partido Comunista.
Mientras la actual presidenta se ufana, con tamborines y panderetas, que el gobierno que encabezó López Obrador -a quienes algunos llaman el “jumento macuspano”- sacó de la pobreza a 13.5 millones de mexicanos, la deuda externa se duplicó en sólo siete años: pasó de 10 billones a 20 billones de pesos.
Llegará el momento en que sea insostenible -de no mudar su política económica el actual gobierno-, destinar anualmente 800 mil millones de pesos en becas y pensiones a los adultos mayores.
Significa un dulce envenenado que, tarde que temprano, comenzará a hacer efecto.
Por sus antecedentes políticos era imposible que AMLO llevara a buen puerto el barco a la deriva que simbolizaba México con el llamado PRIAN.
Sobre todo cuando decidió dejar el Partido de la Revolución Democrática -ya desaparecido-, demostrando su incapacidad para contener a un puñado de políticos licenciosos, enquistados en él: los llamados “Chuchos”.
La reflexión era: si no pudo tener el control del timón del PRD cómo iba a poder sacar a flote a un país tan complejo como México. Los resultados saltan a la vista.
Durante seis años desde las conferencias de prensa llamadas eufemísticas, “mañaneras”, de López Obrador -con el Palacio Nacional como sangriento paredón verbal de fusilamiento contra sus detractores-, fue, asimismo, una suerte de Flautista de Hamelín.
Encarnó al personaje principal del cuento legendario sobre un misterioso músico que liberó al pueblo alemán de Hamelín, ciudad de la región de Baja Sajonia, de una plaga de ratas a cambio de una recompensa.
Pero al negarse los habitantes a pagarle, éste se vengó llevando a los niños del pueblo hacia su perdición con las notas hipnóticas de su flauta mágica.
Similar a lo que hizo Obrador: arrojó al abismal vació a 130 millones de mexicanos.
Con él, en el poder -siendo a la fecha el más querido y el más odiado, como ningún otro mandatario-, desde que comenzó el presidencialismo en 1929, heredó una luminosa estela de muerte:
Ocurrieron casi un millón de muertos -800 en la pandemia por Covid 19, unos 300 mil más de los que debieron suceder, por culpa del Doctor Muerte, Hugo López Gatell, y alrededor de 200 mil asesinatos y unos 100 mil desaparecidos.
En su sexenio realizó mil 423 mañaneras, como eficaz estrategia de comunicación. En promedio vertió 100 mentiras diarias durante dos horas en promedio, según versiones periodísticas. Que hacen un total de 100 mil 523 embustes.
Va un decálogo de algunas de algunas de sus frases más polémicas que lo exhiben de cuerpo entero, desde su brillante oscuridad intelectual, y que incendiaron la pasión de sus seguidores, incluso hasta la fecha, unfanándose de haber vivido con 200 pesos en la cartera durante 15 años :
-Me canso ganso.
-Hampa del periodismo.
-Abrazos, no balazos.
-Un adulto mayor merece mi respeto.
-Como anillo al dedo.
-Lo que diga mi dedito.
-Yo tengo otros datos.
-Nunca me ha interesado el dinero.
-Al margen de la ley, nada y por encima de la ley, nadie.
-No mentir, no robar y no traicionar evita el coronavirus -él se contagió dos veces-.
Sin embargo, hay quienes siguen pensando que, con el encantamiento de su prodigioso populismo, es un “santo”. Incluso algunos, en un inconmensurable delirio -por lo que se lee y ve, en redes sociales-, serían capaces de emular a Juan Escutia, lanzándose desde el Colegio Militar -después convertido en Castillo de Chapultepec-, ofrendando la vida por él.
AMLO, enrojecido satán, con aureola de mártir, hizo más insignificante la grandiosa pequeñez de un pueblo. Y desde la brillante penumbra de su casa en Palenque, Chiapas, sigue sintiéndose victorioso con los despojos de un pueblo bajo sus pies.
Y que, quizá, cuando mucho, mirado con una pátina de optimismo, lo dejó muerto en vida.
Aún patalea.
De acuerdo con versiones periodísticas, la Universidad de Irlanda, estudia el “populismo” implementado por AMLO, para combatirlo.
Con financiamiento de la Unión Europea, un grupo académico, en Irlanda, estudia la estrategia visual y de comunicación de López Obrador, con el objetivo de profundizar en la definición del populismo y encontrar formas de contrarrestar sus narrativas.
El proyecto se llama “POPAMLO”. Es coordinado por Jessica Wax-Edwards, investigadora del Departamento de Español, Portugués y Estudios sobre América Latina de la University College Cork (UCC), integrante de la National University de Irlanda.
Participan, también, investigadores del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), ubicado en Tlaquepaque, Jalisco. Y forma parte del programa Horizonte Europa, el principal marco de investigación e innovación de la UE para el periodo 2021-2027, y cuenta con un presupuesto de 199 mil 694 euros, unos cuatro millones de pesos.
La iniciativa, clasificada con el código 101106043, está en fase de implementación. Tiene como fecha de conclusión el 31 de enero.
De acuerdo con la ficha técnica actualizada el pasado 1 de mayo, el proyecto responde a una «necesidad» de ampliar la mirada sobre el populismo «más allá» de las figuras de derecha, con el objetivo de “combatir el auge de los movimientos antidemocráticos”.
El análisis se centrará específicamente en la representación visual de López Obrador desde su primera campaña presidencial en 2006 –cuando habría comenzado a tener apoyo económico de cárteles de la droga- hasta diciembre de 2019, un año después de asumir la Presidencia.
Hablando de rebuznos, en Facebook circula una perla periodística/literaria de análisis político sobre el fenómeno de manipulación de masas que representó AMLO durante su sexenio, que bucea en la fosa séptica de la abyección asnal.
Prodigiosa, envidiable prosa, y ácida sorna, que se ha hecho viral en redes sociales. En menos de cinco minutos de lectura, el anónimo autor hace una descarnada, despiadada, cruda, radiografía de un patético sexenio, por obra y gracia de uno de los seres humanos más miserables que ha sentado sus reales en la silla del águila.
Es obra del Exorcista Político -con 166 mil seguidores y 161 seguidos-. Autodefinido generador de “sátira política, humor negro, crítica social, irreverente, ácido, provocador y sin filtros”, escribe y describe, incluso con tino literario/filosófico.
Y, lo más sorprendente, sin faltas de ortografía, incluso, digna de la pluma de Miguel de Cervantes»
Nunca un político mexicano se arrastró tanto, como lombriz húmeda entre estiércol, para encaramarse en el altar del poder como lo hizo Andrés Manuel López Obrador.
Dicen los cronistas de lo inútil que en su juventud era un tipo de bajo perfil, casi invisible, como esos estudiantes mediocres que flotan en la orilla de la nada y nunca destacan en nada.
Pero el hambre de poder es más fuerte que la inteligencia, y en ese pantano encontró su alimento.
Fue delegado del Instituto Nacional Indigenista, y allí descubrió el elixir oscuro que lo transformó: el poder.
Desde ese instante entendió que no necesitaba libros, ni ideas, ni logros.
Bastaba con domesticar la miseria ajena, ordeñar la fe del pobre y convertir la desgracia en carnada electoral.
Su biografía es una letanía de derrotas disfrazadas de resistencia.
En el 88 y en el 94 lo aplastaron, pero él se vendió como mártir.
En el 2006 y en el 2012, el “mesías tropical” volvió a caer, pero cada caída fue abonando la leyenda de un Cristo de utilería crucificado por las urnas.
Treinta años repitiendo el mismo rosario de frases gastadas, como un cura de cantina que nunca aprende otro sermón.
Y en 2018, a fuerza de insistir, no por virtud sino por cansancio colectivo, lo hicieron presidente.
Llegó con el resentimiento de un perro apaleado y con la sonrisa torcida de quien por fin puede vengarse.
Prometió acabar con la corrupción, la inseguridad y la pobreza, pero lo único que acabó fue con el equilibrio de poderes y con la poca dignidad que quedaba en Palacio Nacional.
El autoproclamado salvador convirtió la República en su rancho personal: una finca donde los lacayos de Morena ladran consignas, donde la Constitución sirve de papel higiénico, y donde la mentira se volvió religión de Estado.
Su sexto informe fue un evangelio invertido, un rosario de falacias recitadas con voz nasal, como si con repetir que vivimos en el “mejor sistema de salud del mundo” desaparecieran los muertos que agonizan por falta de medicinas.
Cada frase era una hostia envenenada: “ya no hay corrupción”, mientras su familia nada en contratos y privilegios; “ya no hay violencia”, mientras la sangre chorrea en cada esquina; “ya no hay desigualdad”, mientras los pobres siguen siendo carne de cañón para sus campañas.
Andrés Manuel no fue un estadista, fue un predicador de odio con micrófono eterno.
Lo suyo no fue gobernar, sino montar un circo de resentimiento.
La política, para él, fue un altar para su ego enfermo, un púlpito para vomitar frases huecas.
Y ahí están sus huestes: los fanáticos de Morena, convertidos en cruzados del absurdo, defendiendo al “viejo sabio guango” aunque se caiga el país a pedazos.
México no se convirtió en el Edén prometido, sino en un pantano de cadáveres, fosas comunes, hospitales vacíos y escuelas en ruinas.
La corrupción no murió: se mudó de oficina y ahora firma con tinta guinda.
La violencia no se acabó: se multiplicó bajo la sombra cómplice del “abrazos no balazos”.
El país entero es un espejo roto, y López Obrador todavía se atreve a decir que nos dio “paz y justicia”.
Su legado en Tabasco es aún más grotesco: sus paisanos lo recordarán no por obras, sino por desplantes ridículos y frases de cantina.
El primer presidente tabasqueño, sí, pero también el primer bufón en trono que convirtió a la patria en penitencia.
No fue el estadista que soñó el pueblo, sino el loco de Palacio Nacional, ese hechicero decadente que usó la fe del pueblo como leña para alimentar su hoguera personal.
El tiempo lo desenmascaró: no era Moisés guiando a México, era un viejo decrépito disfrazado de profeta, un Judas con micrófono, un predicador que en vez de multiplicar los panes multiplicó las mentiras.
Y ahora su nombre será el estigma de una nación que se dejó embrujar por un resentido.
Y así lo proclamamos desde el púlpito negro del Exorcista Político: Andrés Manuel López Obrador será recordado como el apóstol del resentimiento, el predicador de la mentira, el Judas tropical que besó al pueblo en la frente mientras le robaba el alma.
Su “Cuarta Transformación” no fue un milagro, sino una plaga.
No fue el inicio de una era, sino la profecía cumplida del colapso nacional.
Que su memoria arda como lámpara de advertencia, que su sombra no se borre de los muros de la vergüenza.
Porque la historia no lo absolverá, la historia lo vomitará.
Y cuando las trompetas del Apocalipsis populista resuenen, no anunciarán redención, sino la demolición definitiva de su farsa.
Pregúntate: ¿cuántas veces más permitiremos que un demagogo convierta nuestra miseria en su pedestal?
¿Cuánto tiempo más seremos rebaño de charlatanes que rezan con la Biblia de la corrupción en la mano?
¿Hasta cuándo nos atreveremos a exorcizar el Palacio Nacional de los espíritus podridos que lo habitan?
La respuesta está en tu conciencia: despertar o seguir de rodillas ante los falsos profetas.
ES CUANTO
Y firma:
«Exorcista Político».
El rebuzno sigue resonando en Palenque, Chiapas, y en Palacio Nacional, y se replica en voz de 36 millones de mexicanos.

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