Por Dana Rodríguez
CDMX, 21 de noviembre de 2025.— La comparecencia de la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, comenzó bajo el protocolo habitual: micrófonos encendidos, asesores murmurando al fondo y diputadas ajustando papeles. Sin embargo, conforme avanzaron los minutos, la sesión derivó en una confrontación abierta en la que los argumentos técnicos quedaron relegados y las acusaciones políticas se adueñaron del espacio.
Rojo de la Vega inició su exposición detallando avances presupuestales, pero el ambiente se enturbió apenas comenzó a hablar. A un costado de la mesa, las diputadas Brenda Ruíz y Cecilia Vadillo conversaban sin atender a la ponente. La alcaldesa, sin perder el hilo, pidió respeto y solicitó que escucharan su intervención. La presidenta de la comisión, Valentina Batres, respondió llamándole la atención y recordándole que la moderación correspondía a la mesa. Fue el primer choque, pero no el último.
Lo que siguió fue un crescendo de tensión. Las legisladoras de Morena desplegaron pancartas acusando a Rojo de la Vega de haber financiado al “bloque negro” que participó en la marcha del 15 de noviembre. La acusación, con letras grandes y visibles para todo el pleno, provocó la inmediata reacción de la bancada panista, que respondió con mantas de contenido igual de incendiario. Los ánimos se quebraron: la presidenta Batres decretó recesos intermitentes, pero ni las pausas ni los llamados al orden restablecieron la calma.
La intervención más polémica llegó con la participación oficial de la diputada Cecilia Vadillo. Con un tono firme y acusatorio, aseguró que la alcaldía ejercía presión sobre beneficiarios de programas sociales para asegurar su presencia en actos públicos. Exhibió un audio que, dijo, mostraba esa coacción, y alzó impresiones de supuestas capturas de pantalla sobre la organización de un grupo de choque. La alcaldesa le cuestionó directamente la veracidad del material y exigió que se lo entregara; Vadillo se negó, provocando un nuevo estallido verbal.
Entre cada acusación y cada grito, la sesión perdía estructura. Asesores se intercambiaban miradas tensas, personal de apoyo intentaba contener el caos y algunos legisladores optaban por observar en silencio el choque entre bancadas.
En ese ambiente crispado, Alessandra Rojo tomó el micrófono para cerrar su intervención. Se puso de pie —pese a los gritos y a las mantas que seguían levantadas en la sala— y elevó la voz para hacerse escuchar. Sus palabras finales, dirigidas tanto a los presentes como a quienes seguían la comparecencia a distancia, resonaron en la sala: un cierre tajante que marcó el fin de una sesión más política que técnica.
La comparecencia terminó sin conclusiones claras sobre el presupuesto, pero dejó una evidencia innegable: la polarización en el Congreso capitalino es hoy más visible que nunca.









