«Una tragedia anunciada: la violencia escolar y la ausencia de la autoridad»
Por HHR
CDMX, 22 septiembre 2025.- Lo ocurrido este lunes en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), plantel Sur, ubicado en la calle de Boulevard Cataratas, en la colonia Jardines del Pedregal, debería encender todas las alarmas en la Ciudad de México. Pero no lo hará. Porque la violencia en los planteles educativos, al igual que en las calles, se ha normalizado al punto de que las autoridades apenas reaccionan con protocolos improvisados, declaraciones ambiguas y, sobre todo, con una cínica evasión de responsabilidades.
Un estudiante fue asesinado dentro de su escuela. Otro, presunto agresor, ingresó al plantel con una capucha y una navaja, atacó a su compañero y luego, en un intento de fuga desesperado, terminó con fracturas al lanzarse desde un edificio. Un trabajador que trató de intervenir también resultó herido. Todo esto, dentro de una institución que debería ser —por definición— un espacio seguro para el aprendizaje, la convivencia y el desarrollo.
La jefa de Gobierno, Clara Brugada, sólo se limitó a decir en sus cuentas sociales que la Secretaría de Seguridad Ciudadana está trabajando con las autoridades de la UNAM y la Fiscalía capitalina para esclarecer los hechos y brindar atención a las víctimas. «Debemos seguir trabajando para que las escuelas sean espacios de convivencia, de construcción de comunidad, de proyectos de vida y de paz, libres de violencia. Ponemos a disposición de la UNAM todo nuestro apoyo en estos difíciles momentos».
Aquí surgen muchas dudas. ¿Qué clase de sistema permite que un menor entre armado a una escuela? ¿Qué tipo de vigilancia existe si no se puede detectar o impedir un acto tan violento?
La declaración oficial se limita a describir los hechos y a reiterar que la Fiscalía ya fue notificada para realizar las investigaciones correspondientes. Pero no hay un solo cuestionamiento a la raíz del problema. ¿Dónde está el programa de prevención de violencia escolar? ¿Quién supervisa el entorno psicosocial de los alumnos? ¿Dónde están los protocolos de emergencia? ¿Cómo es posible que, en medio de este panorama, las autoridades sigan actuando como si se tratara de un caso aislado?
Lo que ocurrió no fue un accidente. Es el resultado directo del abandono sistemático de las políticas de seguridad escolar, de la falta de inversión en salud mental, y de una autoridad que reacciona —si acaso— solo cuando las tragedias ya son imposibles de ocultar.
Los discursos oficiales hablarán de justicia, de investigaciones en curso, de lo «lamentable» del suceso. Pero la verdadera responsabilidad es la de no haber hecho nada antes. Mientras las escuelas sigan siendo territorio de nadie, la violencia seguirá encontrando la puerta abierta.
Y en esa puerta, las autoridades de la capital siguen brillando por su ausencia.
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